Sé que esta entrada me muestra tal cual soy: vulnerable.
No puedo tomar las cosas con calma, no puedo. Me azoto, me culpo, reprocho... mis decisiones, malas y absurdas. Es como si estuviera en un laberinto sin salida. Tantos altibajos me están causando estragos. Son ya varios años, en los que la lista de malos momentos crece más que los recuerdos bellos. Pero cómo voy a superar a alguien que no se quiere ir? que se queda, para estar ausente? alguien que dice cambiar y solamente le dura unas horas el cambio. Quiero cerrar mis ojos y dejar de pensar, poner la mente en blanco, o fijar mi atención en otra cosa. Mi hijo me necesita y el esfuerzo por estar bien me duele doblemente, porque sé que se da cuenta, que lo percibe, que es imposible ocultarlo.
Tengo mis ojos hinchados de tanto llorar. Me maquillo para simularlo pero es en vano. Mi gente lo nota, si y una vez más trato, trato de minimizarlo. No he conseguido lograr esa inteligencia emocional que tanto pregono.
No he dormido bien, ni comido. Me cuesta, me cuesta tomar aire. Me cuesta hablar. Me cuesta dejar de escuchar esas voces negativas dentro de mi que mejor ni escribo lo que dictan. Sé que es mi momento preciso para buscar ayuda profesional, sola no puedo. Me consume este sentimiento, esta nociva emoción, ya rebasó mis límites. Supongo que aquí debe entrar la decisión de soltar, de dejar ir sin reproche, sin lágrimas, sin reclamos. Me mata su indiferencia, su arrogancia, su falta de tacto. Me mata que me vea llorar horas sin poderme soltar un abrazo, aunque sea un poco de apoyo. Me mata su frialdad, su mirada lejana, como si estuviera con un extraño un total desconocido. Me mata la falta de ternura, de ganas de sentirse vivo al lado de quien amas, o quien dices amar. Esta relación es tan gris, tan tóxica. Tan triste y desesperante.. asfixia. Malditos apegos, malditas dependencias que esclavizan los pensamientos y las acciones. Maldita falta de voluntad. Maldita esperanza que llega siempre a matar la decisión de vivir en paz, tranquila, de vivir el duelo que cada vez se asoma como monstruo. Quizá ese es el fantasma que me persigue, esa sombra es el duelo que me hostiga, mi verdugo. He aprendido a vivir de esa manera. Con cortos episodios felices, pero que se disuelven en cualquier momento de ira, de indiferencia, de tristeza.
Me he negado a escribir, pero supongo que es mi única terapia por ahora. Mañana no sé, supongo que todo se aclara con el tiempo. Mi mente, mi espíritu, mi vida.

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