Noche de octubre

Aquella noche de octubre la luna iluminaba más que de costumbre y la casa permanecía en silencio. Él se disponía a escribir en su laptop, como a diario lo hacía, a altas horas de la noche. Prefería hacerlo lejos del bullicio, sin interrupciones ni ruidos. Sus libros y una taza de café eran sus fieles acompañantes durante cada velada. Aquel hombre disfrutaba ese momento como si fuese un encuentro con Dios, un destello de paz y armonía que lo embriagaba de felicidad y le inyectaba una chispa de energía para continuar perseverando por su más anhelado sueño: ser escritor. 
Aquella misma noche, pasaba algo extraño en él... no lograba iniciar su prosa. A su mente llegaban diferentes entradas, pero al escribir la frase la leía y la borraba al momento. Nada le convencía. Se quitó los lentes en varias ocasiones y bebía sorbos de café... volteaba a sus libros y se preguntaba si algún día podría estar su nombre en uno de ellos, así como el de García Márquez, Carlos Fuentes o Antonio Gala. Pero él mismo se río de sí al preguntarse mientras no tenía nada qué escribir esa noche... ni una idea a la cabeza le llegaba.
Volteó a su taza negra que había dejado sobre el mueble y observó el toro dibujado en ella. A su mente llegó aquel recuerdo, cuando aquella muchacha morena le entregó como regalo aquella taza comprada en otra ciudad. 
Y se mordió su labio inferior, como cotidianamente lo hace cuando algo le conmueve. Ese recuerdo le hizo suspirar. 
¿Escribir otra vez sobre ella? revoloteó la pregunta en su mente. NO! se dijo a sí mismo. No quería volver a escribir más sobre la mujer ausente que amaba y nada sabía de ella. 
Tenía meses sin relatar sobre ese amor que había dejado ir... se negaba a hacerlo porque le dolía no tenerla a su lado. Lo decidió desde aquella vez en que la nostalgia comenzó a ser un tormento y terminaba llorando al recordar.
-No, no otra vez, se repetía. -No quiero escribir de ella, ni que su imagen regrese a mi mente-. Se quitó de nuevo los lentes para tallarse los ojos.
De pronto, su pastor alemán comenzó a ladrar inesperadamente. Con un poco de curiosidad se levantó de la silla para abrir su cortina y darse cuenta si algo pasaba. Pero al parecer nada había de raro cerca de su casa. Abre la ventana y observa.
Se quedó unos segundos viendo alrededor y no encontró motivo alguno para preocuparse. Así que prosiguió con su cometido que era escribir. 
Creyó aquel hombre que no había nada extraño para que su perro ladrara. No notó que un auto rojo estaba estacionado del otro lado de la calle. La mujer que amaba lo seguía queriendo y tenía una semana yendo a aquel lugar, cerca de su casa, estacionando su carro y esperando verlo aunque fuera de lejos. Una semana entera y aquella noche de viernes la luna brillaba más... ella supo que esa luz resplandesciente significaba que ahora sí, lo miraría. Y su intuición no se equivocó: su amado hombre había abierto la cortina de aquel cuarto a media luz, lo miró después de un año de no entablar conversación con él... y las lágrimas le brotaron al instante que lo vió. Lo amaba, pero no podía decírselo. Esperaba el momento en que el destino los llevara al mismo camino... sin forzar las cosas. Sin sentirse culpable por estar con él. 
El corazón de aquella mujer podía estar tranquilo ahora, después de haber visto a su amor aunque fuera a unos metros de distancia. 
Ella encendió el motor de su carro para retirarse; un aire fresco de pronto entra por la ventana de aquel cuarto de estudio y movió la cortina; ella prendió las luces del auto; se levanta el hombre para cerrar la ventana y justo al pasar por la calle, en un instante milagroso él a través de la ventana alcanza a ver el auto pasando por su casa... y no sólo ve el auto, sino que su vista también captó la imagen de ella. 
No puede ser- piensa. Se siente ahora confundido, porque no sabe si alucinó o fue real. 
Se rasca la cabeza y toma su taza para terminarse esta vez el café. 
La inspiración vistió su corazón en ese instante y pronto comenzó a escribir, con una sonrisa en los labios, sin importarle su promesa de no inspirarse más en aquella mujer.
Su primera línea fue: aquella noche de octubre, la luna iluminaba más que de costumbre...  

Comentarios

JAC GARCIA ha dicho que…
Siempre he creido que lo que se escribe desde el fondo del corazón, sin importar si es prosa o es verso, llega muy hondo en el lector y atrapa la imaginación logrando el cometido; amar a través de las letras de otros.

Hermoso.

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